jueves, 19 de abril de 2012




Él restaura
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     Las vasijas se rajan dejando grietas o se quiebran. Nuestra vida es como una vasija. Abraham recibió el llamado de Dios y durante los siguientes 25 años se quebrantó y se volvió a quebrantar. Jacob también tuvo que derramarse y derramarse aún más ante el Señor. Moisés también, en el desierto durante 40 años. La vida de Pablo fue de quebrantamiento y de desierto. El hombre es una vasija frágil cuyo carácter, fe, salud y consciencia se quebrantan con facilidad. Pero para los que se encuentran en las manos de Dios, las cosas no terminan cuando son quebrantadas. Podemos fracasar, pero no permaneceremos como perdedores por la eternidad. Podemos padecer alguna enfermedad mortal, pero no por eso dejaremos de levantarnos. Podemos quebrantarnos, derramarnos, pero nuestra vida no acaba allí. Porque el tiempo de Dios comienza donde termina el tiempo del hombre.
     “Y la vasija de barro que Él hacia se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”(Jer. 18:4). Jesús tomó a Pedro quebrantado, lo hizo más valioso y fuerte. De David, una persona caída moralmente, hizo una persona más sincera y humilde, cuando levantó la oración con tanto lloro que empapó su lecho. Jacob, quebrantado y humillado, pasó por un proceso de restauración como Israel. Somos tan débiles y frágiles que nos rajamos con grietas o nos quebrantamos con una palabra, ante un leve golpe. Pero Dios, nuestro buen alfarero, nos restaura como vasijas útiles. Dios es un Dios restaurador.
Entonces respondiendo el rey, dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada. Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes.
1 Reyes 3:6

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